domingo, 22 de enero de 2012

¡Guauuuuu, casa nueva!

Aquel día llegue sorprendido, no había más perros en la casa. Yo era el único. Sentí mucha incertidumbre, ansiedad, estaba algo asustado; sin embargo, ahí estaba ella… acariciándome tiernamente. Sus manos hacían sentirme seguro y protegido.

Me acuerdo de esa primera noche, mi dueña tenía todo preparado: un platito y una camita. Pronto me apoderé de su cama, sus zapatos, los sillones y todo lo que en la casa había.

La falta de conocimiento que ella tenía, en materia de perros, hizo que no pusiera regla alguna sobre mí. Sólo me regañaba cuando jugaba a las mordiditas. Sin embargo, y pese a toda esa escases de reglas, me convertí en un perro muy cariñoso, incapaz de morder a alguien, súper dócil y muy juguetón.

Me trepaba en todos lados. Hacia torres en los sillones, para poder asomarme por la ventana; uffff, que no dañe…
Al inicio había mucho por destrozar, luego se fueron acabando. Mi primer triunfo fue romper unas zapatilla, luego unas chancletas, después las sandalias, continuando con la tarjeta de memoria de la computadora, un billete de 20 dólares, recibos de cuentas, un rollo de papel higiénico, etc., etc., etc…


Mi dueña en lugar de regañarme, todo lo veía como un aprendizaje. Aprendió a no dejar los zapatos tirados (ahora los guarda en el closet apenas se los quita), a no dejar nada sobre la mesa, a cerrar la puerta del baño, entre otras muchas cosas… y lo emocionante es que todo se lo enseñe yo.

Adicional a lo antes dicho, también aprendió algo de mí. Se enteró que nosotros los perros mudamos los dientes. Ella no lo sabía. Ahí comprendió porque necesitaba morder tantas cosas; la encía me molestaba. Poco a poco, todos mis dientes de leche fueron cayendo, y en su reemplazo saliendo unos fuertes y grandes colmillos. Guauuu, parecía un perrito peligroso… pero no mataba ni una mosca… mmmmm, bueno, esas las cazaba.

Todo era emocionante. A los pocos días de haber llegado, ya era famoso en la barriada. Todos los niños vecinos iban a jugar conmigo, eso me gustaba mucho. Pero sobre todo, y lo que más me sigue gustando, es esa alegria que le doy a mi dueña.

lunes, 16 de enero de 2012


Cómo llegue a su vida…

Fue en el mes de Agosto de 2007, cuando mi dueña tuvo la linda locura de querer adquirir un perro.  Era algo nuevo para ella, nunca había tenido un perro, puesto que las reglas en la casa no lo permitían.

La he escuchado un sinfín de veces contar esta historia, y cada vez que lo hace, veo un rostro de felicidad confirmando que yo fui la mejor decisión de su vida.

Como dije antes, todo empezó con esa linda idea loca… pero, ¿cómo saber cuál escoger?, ¿qué raza adquirir?, ¿dónde conseguirlo?… todo era nuevo para ella; sin embargo, las cosas se fueron dando paso a paso.

La idea fue tomando fuerzas cuando una vieja amiga del colegio, graduada de veterinaria,   adquirió  a mi hermanita, una linda perrita salchicha. Mi dueña la vio, le pareció bonita, pero mi raza no le convencía, ella quería un chihuahua miniatura.

Aquel día comenzó la búsqueda con su amiga. Recorrieron y recorrieron lugares donde vendían perros (tanto tiendas, como criadores de perros), uffff ella cuenta que vieron varios, muchos, un montón de perros… pero para suerte mía, ninguno la convenció.

Ya rendida de buscar, su amiga le dice que porque no visitaban al señor que le había vendido a su perrita y ella acepto. Me acuerdo que era de noche, yo estaba con mi mamá y un montón de hermanitos; entró y supe que era la dueña que quería tener. ¿Cómo hacerme notar entre tantos iguales a mí?… era una tarea difícil, y más para un perrito de tres meses.

Lo primero y único que se me ocurrió fue saltarle, saltarle, y saltarle… desde pequeño la persistencia me ha funcionado. Fui el único que insistió tanto; mis hermanos le brincaban, pero después se iban a dar una vuelta. Yo no. Yo me quede saltándole toda la distancia, hasta cuando ella dijo: “este es el perrito que yo quiero”. El señor que nos criaba le contesto: “si es la hembra, no se vende”, pero yo era macho. Definitivamente, estábamos hechos el uno para el otro.

Me cargo, me acarició con tanta ternura y sólo al verle su rostro podía notar lo bien que la iba a pasar. En ese momento, el criador le dice a mi dueña: “cárguelo, piénselo, tiene que estar totalmente convencida, porque usted va a adquirir un compañero por muchos años”.

Waooo, yo no podía bajar la guardia todavía. Ella aún tenía la potestad de no llevarme, pero puse mi carita que sólo yo sé hacer y me acurruque en sus brazos. Quien podía resistirse con esa táctica. Hasta que por fin escucho su vos decir: “estoy segura, este es el perrito que quiero”

Salimos de ahí, ella me puso una correíta celeste. Yo iba feliz. Desde ese día, mi vida cambio y estoy seguro que la de mi dueña también.

Pero y el nombre… como me iba a llamar. No quería quedar como el periquito de mi dueña que se llama Periquito. Yo quería un nombre que denotara mi personalidad y que a la vez fuera cómico. Fue cuando llegue a la casa, y una persona muy importante en su vida, me vio y se le ocurrió “Dino”. ¡Guauuuuuu, me encanto!

Siempre escucho a mi dueña decir que yo fui el que la eligio a ella;  sin embargo, por experiencia propia puedo decir que cuando uno va a adquirir un perro tiene que haber sintonía entre ambos. No importa la raza que sea, siempre y cuando haya ese clic, todo va a funcionar.